¡Por fin un poco de calor! Amo esta época del año. El solecito ya se asoma todos los días y ya no necesito 2 capas y una chamarra para poder salir de casa. Eso significaba también que era momento de guardar el abrigo y sacar las playeras sin mangas.
Me gusta hacer este tipo de tareas los domingos. Me hace sentir que empiezo la semana siendo una nueva persona (por lo menos una con un closet diferente) y suele ser una actividad que disfruto mucho. Este domingo fue diferente.
Ya había guardado la ropa térmica y las calcetas de frío y ahora tocaban los abrigos. Fue entonces cuando me llegó un olor familiar de entre la ropa. En cuanto lo reconocí, me alejé. Estaba furiosa. Ahora no solo tendría que mandar a la tintorería un par de abrigos, también tenía, por primera vez en un tiempo, ganas de un cigarro.
Cuando El Novio y yo decidimos que la casa iba a ser libre de humo, ahora solo podía fumar en lugares al aire libre para los que en invierno, necesitaba un abrigo pero, ¡que afán de guardar su ropa llena de olor a tabaco con la ropa limpia! Había prometido dejar sus abrigos en el closet de la entrada para evitar esto y había roto su promesa. Alguien se quedó sin dumplings y cenará brocolí hervido el día de hoy.
Todo esto me hizo pensar algo: tal vez lo nuestro no pase de una discusión y una platica pero, ¿qué hay de las personas que trabajan en servicios de limpieza y tienen que recoger las colillas de cigarro? O del humo de tercera mano al que estamos expuestos todas y todos, ¡inclusive los y las niñas! Me dan pesadillas solo de pensar en todas las partículas y químicos que se adhieren a la piel, el pelo, la ropa, las alfombras y las paredes con el contacto al humo del cigarro. Que importante incluir esta razón en mi lista de las cosas que me hacen sentir orgullosa de haber dejado de fumar.