Ismael es muy ansioso. En parte, fue por eso por lo que comenzó a fumar. Tenía 15 años. Se suele pensar que fumar ayuda a controlar la ansiedad, pero para Ismael no fue así. “Es un truco de la mente: la primera bocanada te da relief, sientes que puedes respirar de nuevo, pero cuando se acaba regresa la ansiedad. Necesitas otro cigarro”, reflexiona.
Ismael pasó gran parte de su juventud en Texas con su mamá. Ella fue la primera que le pidió que no fumara. Aunque sabía que no podía obligarlo a nada, le pidió que no fumara frente a ella. Por eso, Ismael tenía que salir a fumar una hora antes de que llegara su mamá para que no detectara el olor. “Parecía como si estuviera haciendo algo malo”, recuerda. Ese sentimiento volvió en el trabajo cuando salía a hacer breaks para fumar o cuando llovía y él salía a fumar con las manos temblorosas del frío. Algo no estaba bien.
Recuerda que no hubo nada potente o revelador que le sucediera para que decidiera dejar de fumar. Simplemente llegó un día a su casa, ansioso, prendió el cigarro y no encontró lo que buscaba. Solo cigarro. Exhaló y solo encontró el sabor del tabaco. “Me dieron ganas de guacarear”, recuerda aún con ese mismo asco en su mueca. Acto siguiente: apagó el cigarro y regaló la cajetilla. Su abuela llevaba tiempo pidiendo que no fumara, y al fin lo entendió cuando fue a una reunión y vio a señores fumando junto a sus hijos. “No quería convertirme en uno de esos señores”.
Ismael cuenta que no fue fácil dejar el cigarro: vapeó durante cerca de un año, pero al ver que sus amigos se enganchaban al vapeo decidió dejarlo también. “Vi que iba a ser otra adicción y mejor me puse a hacer música o a escribir, cosas que me dieran satisfacción.” Por suerte, Ismael no estuvo solo en su lucha, un grupo de ayuda compuesto por jóvenes entre 13 y 24 años que habían superado otras adicciones lo ayudó a darse cuenta de que podía pasarlo bien sin tabaco. Ya antes lo habían ayudado a darse cuenta de que también podía divertirse sin drogas.
De hecho, a Ismael ahora le gusta practicar deportes al aire libre como baloncesto o senderismo. Estos nuevos pasatiempos no hubieran sido posibles si siguiera fumando. “No duraba ni media vuelta”. Cuenta que lo que mejor se siente después de dejar de fumar es su respiración. “Siento que agarro el doble de aire. Tenía el cuerpo asfixiado”. Ismael no se arrepiente de haber tomado la decisión y no le apena haber pedido ayuda. “Estoy muy contento de que no me rajé”, finaliza.