Mientras intentaba dejar el teléfono y salir a hacer un poco de ejercicio para seguir con mis metas de año nuevo, noté un rostro familiar apoyado en la pared de la entrada, con expresión de cansancio y preocupación. Era mi vecina de al lado, María, quien trabaja incansable desde hace varios años en un hotel local, asegurándose siempre de que los huéspedes tengan la mejor estancia dejando relucientes las habitaciones de quienes buscan refugio temporal en nuestra ciudad. Pero esa tarde algo andaba mal. Tras esa sonrisa que siempre comparte, se mostraban los efectos de un problema que ella misma no se había provocado, los estragos del humo de tercera mano.
Si el humo de segunda mano es ese que inhalamos cuando alguien fuma cerca de nosotros, ahora, imagina que ese humo se adhiere a las superficies: muebles, cortinas, incluso a la ropa. Esa es la tercera mano, y su impacto en la salud de María es innegable. Cada día, María se sumerge en un mar de partículas invisibles, respirando el aire cargado de los residuos del humo que se han depositado en las habitaciones del hotel.
Las malas noticias no acababan ahí. Casi nunca coincidimos a esta hora del día pero desde hace un par de días, había tenido que cambiar su rutina para poder ir a recoger a sus hijos a la escuela ya que uno de sus hijos le había dicho que la señora con quien María tomaba turnos para recoger a sus hijos, fumaba en el coche. Ella, siendo testigo de los efectos que tiene el humo de cigarro en la salud, no podía permitir exponer a sus hijos a esos inevitables estragos.
Al nunca ser fumadora, María no se imaginó que se vería tan afectada en tantos aspectos de su vida por el humo del cigarro. Mientras veía su cara de tristeza y preocupación, no pude evitar pensar que es algo de lo que nunca fui consciente mientras fumaba. Creo que muchas veces nos concentramos solo en los graves efectos que tiene el cigarro en nuestro cuerpo pero, ¿cuántas veces nos detenemos a pensar en los efectos que nuestro humo tiene en las demás personas?
No se me escapaba la ironía. Aquella madre trabajadora, dedicada a brindar comodidad y atención a los demás, se encontraba atrapada en un entorno que representa una grave amenaza para su propio bienestar y el de sus hijos. Fue un duro recordatorio de los peligros ocultos que acechan dentro de las paredes de nuestras casas, hoteles, casinos, etc, donde el humo y los residuos que este deja son a menudo un peligro inevitable para quienes pasan gran parte de su día en estos lugares.
Al despedirme de María, sentí una urgencia por hablar sobre estos efectos que pueden no ser tan evidentes pero son muy importantes de recordar . Su historia es un recordatorio conmovedor de que el humo del cigarro no solo afecta a la persona que lo consume, sino también a las personas que nos cuidan, que nos atienden, e incluso a quienes nos aman. Historias como la de Maria me recuerdan que dejar de fumar fue la mejor decisión que pude haber tomado. No solo ha beneficiado a mi cuerpo y a mi mente sino también a la salud de quienes me rodean.
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