Mi cigarro favorito del día era el de después de comer; tenía mi ritual perfectamente armado: ponía la cafetera para evitar el “mal del puerco” y me salía al balcón del departamento para disfrutar mi cigarro, mi café y mis 10 minutos de tranquilidad antes de volver al ajetreo laboral, los problemas con el novio, los gat-hijos y las responsabilidades del diario. Y …, ¿ahora? ¿cuál sería mi escape? En mi cabeza, era inconcebible mi descanso del mundo sin mi cigarro. ¡Como una papa sin cátsup! ¡Un taco sin salsa! Sabía que necesitaba algo que me ayudara con el síndrome de abstinencia: ese que te llena de ansiedad y te recuerda todo el tiempo la falta de cigarro.
Entonces, El Novio sugirió un plan B: meditar. Esa práctica que, sin falta, él hace todas las mañanas. ¿Meditar me puede ayudar a dejar de pensar en mis ganas de fumar? Parecía un cuento o fantasía más que una solución, pero decidí ponerlo en marcha. No había nada que perder.
Investigué un poco sobre cómo empezar a meditar. Me llevé una gran sorpresa de todas las herramientas gratuitas que están disponibles en línea y lo fácil que fue encontrar una que me gustara.
Para ser completamente sincera, nunca me he destacado por tener unos hábitos súper saludables pero el meditar fue como hacer un paréntesis en mi día donde me permito parar un momento. Dejar de atender todo lo que ocurre afuera para atenderme a mí: a mi cuerpo, a mis pensamientos y a mis emociones y entender mejor lo que me estaba pasando. Eso me permitió comprometerme al 100% con mi decisión de dejar el cigarro, dejar pasar mi ansiedad cuando se presentaba y centrarme en la vida que quiero construir ya sin tabaco. Al final de cuentas, si lo pensamos, todas/os hemos superado grandes retos en nuestra vida. Este puede ser uno más.
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